viernes, 4 de marzo de 2011

Maria da playa Vigo

El bar con más historia de Beiramar cierra después de 105 años en activo

El "María de la Playa" cesará su actividad frente a los astilleros, de donde procedía su principal clientela

 08:38  
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María del Carmen Reiriz, actual dueña del "María de la Playa", junto a dos clientes, ayer.  R. Grobas
ELENA OCAMPO "Mis clientes dicen que el día que cierre se visten de luto". María del Carmen Reiriz también es María de la Playa, aunque el nombre de la taberna más antigua de Vigo se puso por su abuela. Ubicada frente al astillero Barreras, en Beiramar, uno de los bares más emblemáticos de la zona y con un pasado de 105 años, cerrará por jubilación de la última hostelera de tres generaciones. No quiere poner una fecha exacta, porque está negociando con los propietarios del local, que no ha sufrido ninguna reforma en más de un siglo. "Tengo que jubilarme, ¡en algún momento tendré que ser libre! Aunque si soy sincera, me da un poco de pena", asegura una mujer que sirvió y vio servir cientos de miles de platos de chocos, calamares, pulpo y carne ó caldeiro y tazas de vino, durante 66 años. Atendió a padres y, ahora, a sus nietos.
María de la Playa es el bajo de una casa de ventanas verdes. El suelo es de cemento y, del uso, ya se aprecia la textura de la arena; las paredes son de madera y en el epicentro de la barra, mirando hacia arriba, hay una centolla gigante, como presidiendo. ¿Disecado? -pregunto-. "Sí. Es de verdad", contestan orgullosos dos clientes.
Sifón, candiles, barriles de vino y botellas con mucha más solera que la que marca la etiqueta, ocupan ese espacio reservado a la tabernera. Alguna báscula antigua y, al fondo, la cocina en la que aún se conserva otra, de leña. Todo tras la barra parece un decorado. Pero sólo parece. Simplemente, María lo dejó todo como estaba cuando heredó el negocio. Los bancos los hizo su abuelo, los carteles de motivos pesqueros los ha ido llevando la gente... "Aquí estaban aquellos escurridores de madera, aquí la loza de color... ¿te acuerdas de cómo eran?", pregunta mientras sus manos se mueven de memoria y tocan el aire como si aún sintiesen los objetos de otra época. El aforo máximo, unas treinta personas.
Ayer aún compartían mesa y botella dos clientes de los de que son "como de la familia", mientras entraban trabajadores enfundados y señores maduros con traje pedían vino. Tras cobrarle la última taza, María explica: "Es un capitán de la Marina Mercante de Cartagena, y viene siempre". Ella ya no cocina a diario, pero aún prepara algunos platos previo encargo: "Aquí siempre hay comida".
"Mayoritariamente, trabajámos para la gente del mar", explica. El local fue centro de referencia durante décadas cuando sonaban las campanas de mediodía. Los que descargaban, los encargados de fábricas, armadores, empresarios y algunos trabajadores... confluían allí. "Estaban haciendo el muelle de Bouzas, aunque yo no lo recuerdo, pero me lo decía mi madre, e iban los carros de bueyes cargados de piedra y luego, a la vuelta, estaban aquí aparcadas las parejas de animales", asegura. Hizo amigos entre los trabajadores que llegaban de otras partes de España con quien intercambiaba lotería, y algún artista, reconoce.
Del real al euro
De cobrar en reales a "no fiar" en euros y de las omnipresentes tazas de vino, a la invasión de la barra con cervezas. Los tiempos han cambiado. "Mari" cierra más pronto porque ha empezado a tener miedo por la noche y ya no "fía". "La gente ya no es como antes", protesta. De hecho, guarda los relojes de algunos mal pagadores, que ni siquiera han vuelto a buscar su aval. Ahora tampoco abre ni sábados, ni domingos.
"Ahí me crié en una cesta, señala, "aquí celebré mi boda, las comuniones de dos de mis hijas, que también cuidaba en un cochecito... ¿Cómo no voy a dejar aquí recuerdos?" . "Mi madre estuvo después de morir mi abuela, y luego yo". Influye en el cierre del local que fraguó un intento de compra. Si no, asegura, a alguna de sus hijas le hubiera gustado quedarse al frente.
Justo antes de salir, repasa el último detalle: "Este es el cajón del dinero", se ríe. Y mientras abre una ventanilla metálica que confunde en medio de la pared, reconoce: "y aquí hubo mucho, en tiempos".

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